jueves, 23 de julio de 2015

Una Historia Más Que Contar: (Tema Libre).

Había terminado de empacar mis juguetes en una bolsa negra enorme, a excepción de uno que mi Mamá me había comprado un Diciembre ya lejano. Recuerdo que me llevaba de su mano entre melodías navideñas y voces enérgicas que promocionaban las últimas creaciones de empresas anónimas para los suspiros y deleite inminente de los niños. Cada que cambiábamos de calle tiraba de la manga del vestido de mi Madre y presentándole una mirada lastimera le decía con voz suplicante que me diera cada juguete que atraía mi atención.

-Cómprame ese de Star Wars, ¡Están todos los personajes, pero sólo quiero uno! Por favor.
-No. Ya te dije que no tengo plata.
Más adelante insistía:
-Entonces cómprame esa cajita que trae varios autos pequeños, debe ser más barata. A mis amigos siempre les dan premios cuando les va bien en el colegio y mis notas no fueron malas, cómpramelo, por favor-. Le decía casi con desespero.
-No te traje para que me estuvieras acosando a cada rato con que te compre cosas-. Me lo dijo con su voz pausada y firme, opté por resignarme. Minutos después comenzaba a hacerme a la idea de que no tendría juguetes nuevos ese Diciembre, hasta que vi en el interior de una vitrina descuidada un robot plástico de casi tres veces el tamaño de la palma de mi mano, tenía tantas armas encima que tuve que frenar el paso para poder analizarlas y contarlas, todo en él parecía imponente. Sin embargo, tuve en mente de inmediato la idea de que jamás tendría un regalo de esa clase, debido al tamaño y lo ostentoso mi Mamá no podría costeármelo. En cuestión de segundos me imaginé todo lo que podría jugar con él si pudiera obtenerlo y mientras presionaba mis manos contra el vidrio y sin quitarle la vista de encima lo intenté de nuevo, al principio sin mucha convicción:

-Má, si me regalaras este juguete yo sería feliz. Cómpramelo y si quieres yo te voy devolviendo la plata con lo que me den para el colegio el año que viene. Mira todo el armamento que tiene, ¡Incluyendo esas alas!-. Terminé de decirle, notando cómo su expresión reacia iba siendo mellada. Me lanzó una mirada de falso reproche y comenzó a revisar su cartera. Al final logró pagarle la mitad del precio a la señora para que no vendiera el “muñeco” hasta que ella trajera la otra mitad del dinero y pudiera llevárselo.

Ese era el juguete que nunca metía en la bolsa cada que mi hermano y yo íbamos para donde mi abuela debido a que era sumamente especial para mi, siempre lo llevaba en mi mano haciéndolo utilizar esas enormes alas siempre estáticas, preparadas para el vuelo.

-¿Ya estás listo?-. Le dije a mi hermano que también empacaba sus juguetes. Era ya una costumbre el irnos hasta donde nuestra abuela a jugar gran parte de la tarde mientras nuestros Padres trabajaban. Nos despedimos de mi Mamá que comenzaba a alistarse para irse a dar clases y una vez salimos de la casa comenzó la carrera habitual de todos los días; como teníamos la misma edad, contextura similar y otros parecidos, siempre intentábamos resaltar diferencias entre uno y otro por medio de la competencia; por mucho que esforzáramos nuestros pies para aventajar al otro avanzábamos al mismo ritmo, dejando atrás quejas de mujeres, bocinazos de carros y motos e incluso “frenones” de bicicletas. Las calles las cruzábamos como locos preocupados sólo por no dejar ganar al otro y en medio de la adrenalina infantil producida por esa experiencia veloz y de riesgo.  

Aún recuerdo la cara risueña que me mi hermano me dedicó antes de pretender tomar un atajo en la carrera. Se metió entre una panadería atiborrada de gente y una señora que fritaba sus buñuelos. Yo frené al oir el estruendo y al dar la vuelta sólo pude ver sus piernas tendidas en el suelo porque el resto de su cuerpo estaba oculto entre cuerpos grandes que intentaban auxiliarlo. Los buñuelos y el aceite hirviendo estaban por doquier. Noté cómo lo levantaban y se lo llevaban a toda prisa a un puesto de salud que quedaba justo en frente, alguien intentaba rasgarle la camiseta que se le había adherido completamente a la piel acuosa.

Dejé mi bolsa y mi juguete favorito en la esquina de dicha panadería, adjunta a la cancha del barrio y corrí como nunca hasta la casa a avisarle a mi mamá; sin embargo, por mucho que intentaba avanzar sentía ese trayecto como el más largo que hasta entonces hubiera realizado. Sumamente asustado se lo comenté a Mamá, y ella dejó escapar un gritito ahogado sólo por esa falta de aliento que luego pareció tensionarle el rostro, con movimientos autómatas y apresurados me llevó de la mano hasta el lugar que le había indicado.  Recuerdo las expresiones de profunda tristeza de Mamá al observar a mi hermano y también la voz potente y amenazadora de mi Papá al recalcarle a la señora que no podía tener aceite hirviendo en un sitio que era para los peatones mientras ella trataba de excusarse con voz temblorosa y apartaba de vez en cuando su rostro aterrorizado de esa escena sin precedentes.

Luego de algunas horas mi Mamá salió de la clínica y me dijo que mi hermano se pondría bien en unos días pero que debía estar internado, fue entonces cuando mi mente extraviada en la preocupación pareció volver a la realidad inmediata:

-¡Mis juguetes!-. Exclamé compungido, y me apresuré a esa esquina de la cancha donde los había dejado. No había nada, ni los míos ni los de mi hermano. Comencé a preguntarle a todos los que allí estaban si los habían visto, que estaban en unas bolsas negras grandes y eran muchos. No, no sabían nada de juguete alguno. Me acerqué entonces a un grupo de niños de mi edad que estaban justo donde los había dejado y luego de que negaran descaradamente saber algo de mis “muñecos” les dije con un tono de desespero:


-Si ustedes los tienen y los quieren, no importa. Quédenselos, pero sólo les pido que me devuelvan el robot de plástico con alas que estaba sobre la bolsa. Luego de insistir vanamente y de buscar y rebuscar en ese mismo lugar, les lancé una mirada airada al corro de niños cuyas caras entonces indiscutiblemente me parecieron de ladrones innatos. Di la vuelta y me fui con el corazón lacerado por una de las pérdidas que me dejó un sinsabor denso en los años que luego vinieron.

domingo, 22 de marzo de 2015

El aroma del zorro

Como mencionaba Elena, esta es la última entrada de esta parte del proyecto. A todos quienes participaron, como miembros y colaboradores, reciban nuestro más sincero agradecimiento por estar y compartir, por hacernos parte de su vida y por ayudarnos a echar adelante un blog que sin Uds. no sería ni la décima parte de lo que es. Una vez más, gracias.

Y ahora si, paso a contarles mi aventura, o más bien, mi desventura con el personaje de esta semana: el zorro.

Cuando empecé en la visita médica, allá por el año de 1995, tenía como parte de mis obligaciones el visitar mensualmente una población del litoral ecuatoriano llamada Machala. Luego de casi tres horas de viaje, y de recorrer alrededor de 200 km, cada mes llegaba a esta ciudad, hacía un recorrido por sus principales farmacias y médicos, y en la noche me hospedaba en un hotel del centro de la ciudad, del que salía al tercer día para volver a Guayaquil.

La rutina era así: pasaba el día recorriendo la ciudad, llegaba al hotel, dejaba el carro en un solar vacío y lleno de maleza que el hotel utilizaba como garaje para sus inquilinos y me iba a dormir. Al día siguiente recogía el auto, le daba las gracias al guardia del solar y salía a trabajar. Pero un día hubo algo diferente en el estacionamiento.

Conforme me acercaba a mi vehículo empezó 
Zarigüeya comúnmente llamada zorro
a llegarme un olor completamente desagradable, que no había percibido antes y que no lograba identificar ni definir. Era un olor penetrante y nauseabundo. Le pregunté al guardia sobre el origen de este olor y me respondió que ese era el aroma que desprenden los zorros (así les llaman también a las zarigueyas), y que seguramente alguno se había salido de la maleza que había en el solar para irse a dormir debajo de mi auto. Lo buscamos pero el animal ya se había ido, sin embargo el olor había quedado impregnado en el ambiente y, sobre todo, en mi carro.



En ese momento tuve que salir volando del garaje a buscar un sitio de lavado de autos, donde lo hice limpiar a conciencia, sobre todo en la parte inferior, a fin de quitarle el dichoso aroma, 

Por suerte el lavado fue la solución, pero dicho olor fue un recordatorio de que, aun en la ciudad, existen ciertos habitantes que no se cuentan entre los que caminan en dos patas y que, a pesar de que no lo vi, fui más consciente de su presencia que si lo hubiera visto.



De zorritos y Zorro!

Cuántos significados que tiene la palabra zorro! Me pusieron a leer y enterarme y entonces....

Increíble lo que me enteré buscando material sobre el zorro...resulta que Guy Williams, ese guapetón que hacía del zorro, cuando se le terminó la serie no tuvo nunca más un buen trabajo.  Invirtió el dinero ganado en una empresa en California donde fabricaba panettone!!!!! Pero eso no es lo mas loco.  Lo mejor de todo es que un día alguien lo  invitó a venir de visita a Buenos Aires y cuando se supo, como 3000 personas lo esperaban en el aeropuerto.  Al ver este éxito que en Estados Unidos ya no tenía empezó a venir cada vez más a menudo.  Cuando se separó de su esposa directamente se vino a radicar a Buenos Aires. Vivía en la calle Ayacucho 1964!! Paso todos los días por la puerta. Increíble.  Paseaba por Recoleta y tomaba su café en La Biela, uno de los cafés más lindos de la ciudad.  Se hizo amigo de todo el edificio y vecinos.  Un porteño más.  Un buen día en 1989, los vecinos lo dejaron de ver y preocupados llamaron a la policía que vino, tiró la puerta abajo y lo encontró muerto.  Llevaba muerto una semana.  Había sufrido un aneurisma. Tenía nada mas que 65 años.
Estuvo dos años en el Cementerio de la Chacarita en el Panteón de actores hasta que uno de sus hijos vino a llevarse las cenizas para esparcirlas en las montañas de California como había sido su deseo. Interesante.

Por otro lado, la única vez que vi zorros en vivo (iba a decir en persona jajaj) fue el año pasado en Ushuaia.  Para quienes no lo sepan Ushuaia es una ciudad de la provincia argentina cuyo pomposo nombre es:  Tierra del Fuego, Antártida e islas del atlántico Sur...y si, como ya habrán supuesto están donde el mundo se termina, allá abajo, llegando a la Antártida.  Ahí está el faro del fin del mundo que inspiró a Julio Verne su célebre novela y es la ciudad más austral del mundo.  Una real belleza.  El año pasado estuve ahí y nos alojamos en unas amorosas cabañas junto a un lago.  Y que sorpresa al levantarme una mañana y ver mi "patio" lleno de zorros.  Los zorros no son autóctonos del lugar sino que fueron introducidos.  Hay de dos clases: zorros grises y zorros colorados. Y se volvieron una plaga, como todo animalito introducido que carece de predadores naturales.  No son una belleza???








sábado, 21 de marzo de 2015

Un Zorro político

Cuando salió esta palabra, pensé, nunca he visto un zorro, como puedo referir una aventura?
Pero un comentario de mi amiga Elena me hizo la luz.

Durante la dictadura en mi País, existía una persecución, como en toda dictadura, sobretodo a los simpatizantes de la izquierda, ya que los partidos pertenecientes a la izquierda estaban prohibidos, sobretodo los del partido comunista, quienes formaban un gran grupo y los mas peligrosos para ellos.

Entre estas personas, estaba un personaje sumamente arraigado a sus ideales, que estaba dispuesto hasta dar su vida para la defensa de la libertad, por su manera de actuar, por sus ideales y por su fidelidad lo llamaban no solo sus compañeros sino también sus enemigos el zorro, quienes lo nombraban lo hacían refiriéndose al zorro ese, unos con odio otros con simpatía,algunos ni conocían su nombre ni de quien se trataba.

Una vez, apareció una radio clandestina, cuyo funcionamiento no era posible encontrar por la llamada Seguridad Nacional, que era la policía política, a quien todos le temían, allanaba residencias, escuelas, bares y todo lugar sospechoso buscando su ubicación,

Pues la tal radio, la tenía el zorro en un carrito de cepillados de dos ruedas grandes, movidas por un burro, cuyo animal recorría todo el día la ciudad, instalándose frente al cuartel de policía, donde tenía sus mejores clientes, pues el cepillado es el refresco nuestro tradicional cuando la temperatura aprieta, lo mejor era que no solo la radio transmitía asuntos relacionados con el gobierno y sus compinches, sino también aprovechaba el Zorro para oír los comentarios que los esbirros hacían frente a él, referente a quienes serían los que esa noche serían llevados a las mazmorras de la SN, resultando que en la madrugada al querer sacarlos de sus casas, se encontraban con el nido vacío.

Así este personaje se hiso famoso y fue de gran ayuda en la lucha contra la dictadura en aquellos tiempos tan dificiles para nosotros.

Lo que nos indica que también en política los Zorros son de gran utilidad, hasta para  el espionaje,, aunque también existen los Zorros que saben aprovecharse para enriquecerse, pero esos son otros Zorros que no vale la pena ni nombrarlos pero que son los mas numerosos..

lunes, 16 de marzo de 2015

Lo único que me dejó El principito

Cuando leí la palabra zorro, en lo primero que pensé que el único zorro que conozco es el que sale en El principito jeje

Una novela, en la que hasta la fecha, todavía no logro captar que le ve todo el mundo que la ve maravillosa.

La he leído tres veces, de adolescente y no me gustó. De adulta a ver si ya le entendía y nada. Luego en mi grupo de lectura y ni con el debate me gustó jejeje

Pero nada pasa sin dejar algo, por lo menos su frase:

"Aquí está mi secreto. Es muy simple: sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos"

Sigue siendo, una de mis favoritas.

Saludos Hilda

Mi Zorro


Se termina el abecedario y con él muchos de los recuerdos que se mantuvieron bien almacenados en nuestra memoria.

El tema de hoy, me llevó inmediatamente a los días en que veíamos a don Diego de la Vega en estas aventuras del Zorro, cuánto nos gustaba verlo a él y a su fiel Bernardo.  En aquel entonces nos reuníamos en la casa de mis "primos" ¿recuerdan a los sobrinos del dueño del cine Cadore? realmente eran los hijos de mis padrinos, pero nosotros nos decíamos primos, bueno... hasta la fecha lo hacemos :) pues ellos fueron los primeros en tener un aparato de TV en el barrio y junto a ellos disfrutábamos de muchos programas.

El vídeo que adjunté es el del tema de la serie, tema que aún recuerdo y cuando alguien menciona la palabra zorro, inmediatamente acuden a mi mente las palabras de "zorro, zorro, zorro".





El actor se llamaba Guy Williams, para mí, mucho mejor que Antonio Banderas, jajaja, aunque yo era una infanta ya me fijaba en lo apuesto del actor y a través de los años, ya que la serie duró mucho tiempo, siempre fui su admiradora, una pena que haya fallecido tan joven (65 años).


   

Por supuesto que años más tarde cuando Antonio Banderas y Catherine Zeta Jones protagonizaron la película, me nació la inquietud de verla, pero comprobando como muchas otras veces, que jamás se compararía a la serie original.  ¡Que lindos recuerdos!  ¡Eso es to.., eso es to..., eso es todo amigos!

El zorro cultural

Esta semana cerramos el primer ciclo de publicaciones de este proyecto. Muchísimas gracias a todos los que nos han acompañado hasta aquí, semana tras semana, y también a los que han publicado aunque sea una vez con nosotros. Ha sido una experiencia más que interesante, aprendiendo y disfrutando con cada una de sus aventuras. ¡Gracias!
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Lo primero que me viene a la mente con la palabra de esta semana es El Zorro, así con mayúsculas, ese personaje literario que luego pasó a la pantalla grande y que para mí no va más allá de la imagen de un Antonio Banderas enmascarado. Aunque generaciones anteriores y también posteriores a la mía sí que lo conocieron, incluso con dramatizaciones “caseras” de sus historias, El Zorro no fue uno de los héroes de mi infancia.

Para mi padre, sin embargo, fue parte activa y principal de su infancia allá por los años 30. Sus héroes preferidos, según me contó en varias ocasiones, eran El Zorro y El llanero solitario. Con sólo mencionar sus nombres se transportaba a la época en que los cómics pasaban de mano en mano entre sus amiguitos, y para cuando terminaban la ronda ya tenían los colores apagados y estaban casi dehaciéndose de tanto uso. Se reía a carcajadas al rememorar su propia figura regordeta y paticorta de aquellos años en que el televisor era un lujo y no lo había más que en una casa del barrio, la del doctor, que era tan buena gente que lo encendía a la hora en que ponían esos animados para que toda la bola de chiquillos, colgados en racimos de las rejas de las ventanas, pudieran verlos aunque fuera desde la calle. 

Por eso recuerdo con especial emoción el día en que, ya estando yo casi en mis 20s, pusieron en la tele la nueva versión de El Zorro, protagonizada por Antonio Banderas. Fue en “Tanda del domingo”, un programa que ponían cada semana, los domingos creo que a partir de las 2pm, en el que transmitían un par de películas aptas para toda la familia, sabiamente comentadas por Mario Rodríguez Alemán, emblemático periodista y crítico de cine de la isla.

Para ese entonces yo ya vivía independiente de mis padres y ese domingo fui a pasar el día con ellos. Después de almorzar juntos nos sentamos a ver la Tanda del Domingo, y para nuestra sorpresa la primera película a transmitir era precisamente El Zorro. Ahí fue cuando se puso contento mi papi: “ya verás, ya verás qué emocionante es”, me adelantaba con voz entrecortada mientras nos disponíamos a verla. Y sí, recuerdo que la disfruté, pero aunque para mí no pasó de ser una peli de aventuras más, para mi padre fue toda una experiencia, quién sabe si de regresión a su infancia. Se agitaba en el asiento, se agarraba con fuerza de los brazos del sillón en los momentos de mayor tensión, no se le borraba la sonrisa del rostro... y sus ojos, aquellos ojitos azules como el cielo, se mantuvieron llenos de lágrimas durante toda la película.

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Como un dato cultural y un poco al  margen les cuento lo segundo en que pensé con esta palabrita. 

En Japón la figura del animalito, el zorro (kitsune), es muy popular. Es el mensajero del Inari, el dios del arroz y el sake, por lo que es común ver esculturas de zorros en los templos dedicados a Inari, representados con una llave en la boca, la llave del granero, porque cuida de las cosechas. Se cree además que es un ser inteligente y con muchos poderes sobrenaturales, aunque no siempre los use de buena manera. Hay un sinfín de leyendas que cuentan cómo un zorro se convierte en hombre o mujer para engañar a alguien y robarle o incluso tener relaciones íntimas. También se usa como un símbolo del carácter humano, atribuyéndole características muy parecidas a las que le damos en Occidente: un zorro, pues, resulta un ser muy inteligente, astuto, calculador, engañador. 

Crédito de imagen

Su contraparte es el tejón (tanuki), un adorable animalito gordito, peludo y juguetón. Se dice que tiene casi tantos poderes como el zorro y también es objeto de numerosas leyendas. Se cuenta, por ejemplo, que se ha visto tejones salir del bosque y acercarse a algún monje que esté en meditación, se le ha visto sentarse a su lado y acoplar su respiración a la del monje, y se afirma entonces que era el espíritu de un buda o de un monje que encarnaba en el cuerpo del animalito. Es muy común ver una o varias figuras de tejón custodiando la entrada de los negocios en cualquier ciudad japonesa y también en los caminos, porque se considera que traen buena suerte. En su representación humana, de estos se dice que son bonachones, amables y bienintencionados, aunque con frecuencia son traviesos y gustan de gastar bromas a los demás. 




Esculturas de ambos, en su condición de espíritus de la naturaleza, se encuentran con frecuencia en los templos shintoístas, y a menudo hay templos dedicados en exclusiva a ellos. Aunque no es algo raro, en general en el shintoísmo se venera a todos los animales y seres vivos, y hasta a las rocas he visto que se les venera, sobre todo si son grandes o con formas peculiares.

En cuanto a los zorros y los tejones les comparto una curiosidad más. De las personas que tienen la forma del rostro como un triángulo invertido se dice que tienen “cara de zorro”, o kitsune-gao, y aquellas con un rostro redondo son llamadas “cara de tejón”, o tanuki-gao. Así pues, con solo ver la forma de la cara de una persona, un japonés ya está sacando algunas conclusiones sobre ella.

Y ustedes, ¿son kitsune-gao (zorro) o tanuki-gao (tejón)?