Esta semana cerramos el primer ciclo de publicaciones de este proyecto. Muchísimas gracias a todos los que nos han acompañado hasta aquí, semana tras semana, y también a los que han publicado aunque sea una vez con nosotros. Ha sido una experiencia más que interesante, aprendiendo y disfrutando con cada una de sus aventuras. ¡Gracias!
_______________________
Lo primero que me viene a la mente con la palabra de esta semana es El Zorro, así con mayúsculas, ese personaje literario que luego pasó a la pantalla grande y que para mí no va más allá de la imagen de un Antonio Banderas enmascarado. Aunque generaciones anteriores y también posteriores a la mía sí que lo conocieron, incluso con dramatizaciones “caseras” de sus historias, El Zorro no fue uno de los héroes de mi infancia.
Para mi padre, sin embargo, fue parte activa y principal de su infancia allá por los años 30. Sus héroes preferidos, según me contó en varias ocasiones, eran El Zorro y El llanero solitario. Con sólo mencionar sus nombres se transportaba a la época en que los cómics pasaban de mano en mano entre sus amiguitos, y para cuando terminaban la ronda ya tenían los colores apagados y estaban casi dehaciéndose de tanto uso. Se reía a carcajadas al rememorar su propia figura regordeta y paticorta de aquellos años en que el televisor era un lujo y no lo había más que en una casa del barrio, la del doctor, que era tan buena gente que lo encendía a la hora en que ponían esos animados para que toda la bola de chiquillos, colgados en racimos de las rejas de las ventanas, pudieran verlos aunque fuera desde la calle.
Por eso recuerdo con especial emoción el día en que, ya estando yo casi en mis 20s, pusieron en la tele la nueva versión de El Zorro, protagonizada por Antonio Banderas. Fue en “Tanda del domingo”, un programa que ponían cada semana, los domingos creo que a partir de las 2pm, en el que transmitían un par de películas aptas para toda la familia, sabiamente comentadas por Mario Rodríguez Alemán, emblemático periodista y crítico de cine de la isla.
Para ese entonces yo ya vivía independiente de mis padres y ese domingo fui a pasar el día con ellos. Después de almorzar juntos nos sentamos a ver la Tanda del Domingo, y para nuestra sorpresa la primera película a transmitir era precisamente El Zorro. Ahí fue cuando se puso contento mi papi: “ya verás, ya verás qué emocionante es”, me adelantaba con voz entrecortada mientras nos disponíamos a verla. Y sí, recuerdo que la disfruté, pero aunque para mí no pasó de ser una peli de aventuras más, para mi padre fue toda una experiencia, quién sabe si de regresión a su infancia. Se agitaba en el asiento, se agarraba con fuerza de los brazos del sillón en los momentos de mayor tensión, no se le borraba la sonrisa del rostro... y sus ojos, aquellos ojitos azules como el cielo, se mantuvieron llenos de lágrimas durante toda la película.
_____________________________
Como un dato cultural y un poco al margen les cuento lo segundo en que pensé con esta palabrita.
En Japón la figura del animalito, el zorro (kitsune), es muy popular. Es el mensajero del Inari, el dios del arroz y el sake, por lo que es común ver esculturas de zorros en los templos dedicados a Inari, representados con una llave en la boca, la llave del granero, porque cuida de las cosechas. Se cree además que es un ser inteligente y con muchos poderes sobrenaturales, aunque no siempre los use de buena manera. Hay un sinfín de leyendas que cuentan cómo un zorro se convierte en hombre o mujer para engañar a alguien y robarle o incluso tener relaciones íntimas. También se usa como un símbolo del carácter humano, atribuyéndole características muy parecidas a las que le damos en Occidente: un zorro, pues, resulta un ser muy inteligente, astuto, calculador, engañador.
Su contraparte es el tejón (
tanuki), un adorable animalito gordito, peludo y juguetón. Se dice que tiene casi tantos poderes como el zorro y también es objeto de numerosas leyendas. Se cuenta, por ejemplo, que se ha visto tejones salir del bosque y acercarse a algún monje que esté en meditación, se le ha visto sentarse a su lado y acoplar su respiración a la del monje, y se afirma entonces que era el espíritu de un buda o de un monje que encarnaba en el cuerpo del animalito. Es muy común ver una o varias figuras de tejón custodiando la entrada de los negocios en cualquier ciudad japonesa y también en los caminos, porque se considera que traen buena suerte. En su representación humana, de estos se dice que son bonachones, amables y bienintencionados, aunque con frecuencia son traviesos y gustan de gastar bromas a los demás.
Esculturas de ambos, en su condición de espíritus de la naturaleza, se encuentran con frecuencia en los templos shintoístas, y a menudo hay templos dedicados en exclusiva a ellos. Aunque no es algo raro, en general en el shintoísmo se venera a todos los animales y seres vivos, y hasta a las rocas he visto que se les venera, sobre todo si son grandes o con formas peculiares.
En cuanto a los zorros y los tejones les comparto una curiosidad más. De las personas que tienen la forma del rostro como un triángulo invertido se dice que tienen “cara de zorro”, o kitsune-gao, y aquellas con un rostro redondo son llamadas “cara de tejón”, o tanuki-gao. Así pues, con solo ver la forma de la cara de una persona, un japonés ya está sacando algunas conclusiones sobre ella.
Y ustedes, ¿son kitsune-gao (zorro) o tanuki-gao (tejón)?