Quisiera
hablarles sobre las comidas ricas que preparo, pero prefiero para
seguir con mis aventuras del pasado, referirles una historia de un Señor
muy rico que además era muy avaro.
Para
una niña de solo seis añitos, que no conocía el significado de la
palabra avaro, la confundía con ogro y en mi mente agitada se formaban
tales fantasías, que me mantenían entre el temor y la curiosidad.
Este
Señor de unos 50 años máximo, tenía un negocio de telas y mercería en
la esquina vecina a mi casa, como mi madre cocía y además le gustaba
hacer manualidades, me enviaba casi todos los días a comprar algún
artículo que necesitaba para sus labores, era un Señor de malas pulgas,
siempre estaba con la cara arrugada y yo le tenía un poco de temor, pero
los comentarios que llegaban a mis oídos, me daban ánimos para querer
enterarme de la verdad.
El
comentario del vecindario era, que vivía solo y probablemente no tenía
familia, pues nunca se le había conocido compañía., además de rico
avaro, todo rico decían tiene algo de avaricia, pues les gusta acumular
dinero solo para contemplarlo, hoy creo que no sucede eso, pues como
está en los Bancos no es fácil hacerlo y prefieren sembrarlo para que se
reproduzca.
Como
era la costumbre, no se si por que no existían Bancos o por
desconfianza, el dinero lo guardaban en embaces especiales para ello llamados botijas,
no se si existían cajas fuertes, puede que si, pero ese comentario no
logré escucharlo, se decía que debajo del colchón, pero nunca se tuvo
certeza donde era que el Viejo guardaba su dinero.
Yo
lo imaginaba, después de cerrar su negocio, sentado en la cama. sobre
una gran cantidad de dinero y miraba con atención la moneda que debía
entregarle, imaginándome que las monedas acumuladas debían ser todas
como esa.
Un
día, el viejo llegó a las puertas de mi casa todo atribulado, llamó a
mi mamá y le pidió que fuera urgente a su casa, su hermana que estaba
enferma desde mucho tiempo atrás se estaba muriendo, mamá que siempre
estaba dispuesta a ayudar a quien la necesitaba, salió corriendo con el
Señor, alcanzó a llegar estando aún viva, llamó a un Médico y cuando
llegó este, no pudo hacer nada, pues la Señora había muerto.
Pasado
este momento y después del entierro, se encerró pero a los pocos días la
tienda volvió a abrir sus puertas y el Señor, ni por esa terrible
pérdida cambió de carácter.
Nunca se supo donde guardaba el viejo su dinero, ni si eran especulaciones del vecindario y no era tan rico como se decía.
Eran
historias que se repetían, gente que acumulaba dinero solo por el
disfrute de verlo, los familiares de estos Señores ricos, después de
vivir siempre en la mas absoluta miseria, se encontraban con la sorpresa
de cantidades de dinero guardado en sitios insospechados, dinero que no
habían imaginado que existiese.
Hoy, existen muchos ricos, pero ya el dinero no se guarda en estos lugares, sino en los Bancos, pero siguen existiendo avaros, que disfrutan solo acumulándolo y viven como pobres.
Así ocurre Ylba, generalmente las personas que tienen mucho dinero solo piensan en continuar aumentándolo y solo se dedican a trabajar y no disfrutar de la vida, la familia y cuidat la salud.
ResponderEliminarUy! Rico, avaro y malgeniudo! Menudo vecino que tenían! Con razón te atemorizaba, Ylba.
ResponderEliminarMi padre siempre soñó con encontrarse una botija enterrada en alguna parte de esas muchas que los ricos de antes guardaban llenas de dinero. :)
Qué triste debió ser la vida de ese vecino Ylba, siempre solo y buscando nada más que acumular dinero. Espero que sólo hayan sido habladurías, pues una vida así no se la deseo a nadie.
ResponderEliminarAh, y al leer el título pensé que nos ibas a hablar de algún vecino buenmozo (buenote, rico, como también les suelen decir) de la que estabas prendada jajajaja.
ResponderEliminarElena, como para todo hay remedio, pués también habían unos aparaticos llamados sensores, que debían tener algún imán en los extremos, para localizar esas botijas.
ResponderEliminarLoly, si supieras que me olvidé de mi vecino buenmozo y además rico de verdad, lamentablemente ni él ni yo estábamos libres,