domingo, 18 de enero de 2015

Querido hijo...

Cuando mi hijo Joseph era pequeño, tendría cuatro o cinco años de edad, solía hacer muchas preguntas, generalmente empezaban con un por qué... y eran de lo más variadas a lo largo del día pero se repetían las mismas cada día, por ejemplo recuerdo que apenas anochecía preguntaba insistentemente: ¿Por qué es de noche? Y esta pregunta por mas que le explicáramos la razón la repetía todos los días, a su niñera la tenia alterada a tal punto que ella desde temprano en la tarde cerraba todas las ventanas y cortinas de tal forma que Joseph no notara que era ya de noche para que no le hiciera insistentemente la temida pregunta y a lo que yo llegara a casa, una vez mas me hiciera cargo del niño preguntón.
Como les mencioné las preguntas eran variadas pero repetitivas dejándonos entrever que las respuestas recibidas no eran satisfactorias y así transcurrían los días.
En aquel entonces vivíamos alquilando un departamento en un condominio que tenía planta baja, donde la dueña de casa, una señora bastante obesa pasaba sus vacaciones, ya que vivía en Nueva York, y tenía por costumbre sentarse en una silla abajo en el portal del condominio, había inquilinos en dos departamentos en el primer piso y nosotros vivíamos en uno de los departamentos del segundo piso.
Recuerdo una tarde de un sábado que decidimos salir a pasear con mi esposo y mis tres hijos, pequeños y como siempre sucedía Joseph y su hermana gemela se adelantaban en las escaleras, yo bajaba atrás de ellos con Luis mi hijo menor de la mano y mi esposo se demoraba algo en bajar porque se encargaba de asegurar las puertas. 
Esa tarde casi caigo de las escaleras al escuchar que Joseph se había encontrado con la dueña de casa que como siempre estaba abajo sentada en una silla tomando aire y habían empezado una amena conversación, donde Joseph le hizo una pregunta que me avergonzó por muchísimo tiempo, la pregunta en su inocencia de niño pequeño fue... ¿Por qué tienes las piernas tan gordas? Y la señora le respondió muy naturalmente que ella era gorda de los brazos y piernas y de todo su cuerpo y que era uniforme y parejo y que de tal forma sus piernas eran gordas. Yo no tuve forma de evitar bajar las escaleras, muerta de la vergüenza, queriendo que la tierra se abriera y me tragara o tuviera aunque sea solo por ese instante la capacidad de ser invisible para salir corriendo sin ser vista, pero nada de eso sucedió y tuve que bajar con un amable saludo, esa vergüenza me duró algún tiempo pero afortunadamente Joseph no volvió a repetir la incómoda pregunta para alivio mío, al parecer esa respuesta sí le satisfizo y yo le hablé de la prudencia.


Ahora cuando lo recuerdo me rio mucho pero cuando ocurrió me lleno de vergüenza.

4 comentarios:

  1. Bueno, no tengo hijos pero he sido hija, y recuerdo uno o dos momentos en los que puse en un verdadero aprieto a mi madre por mi curiosidad, jajaja! ¡Qué situación! Y qué bien salió la señora del paso, jeje

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  2. Ah la curiosidad de los niños no tiene límite, todo lo quieren saber. Eso me recuerda una película (que por mala memoria no recuerdo su nombre) pero era un robot que estaba captando información, todo el día se pasaba repitiendo "input, input" y va todo para adentro :)
    Yo recuerdo que alguna vez mi hija le preguntaba a las mujeres pasadas de libras si estaban embarazadas, eso también me hacía pasar malos ratos, yo sólo sonreía tratando de disimular la pena.

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  3. Los niños son especialistas en hacernos pasar papelones a los papás, por suerte en la adolescencia eso se revierte y es fácil avergonzarlos delante de sus amigos jajajaja.

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  4. juajajajajajajajajaja bueno, la señora lo tomó por el lado amable jajaja

    mi hermano le dijo a una vecina que no la acompañaría al mercado porque pensarían que ella era su mamá y la vecina estaba muy vieja!

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