El inquilino

Apareció de pronto y sin que sepamos de dónde venía, simplemente llegó y se instaló en mi casa. Al parecer mi descuidado jardín fue lo suficientemente atractivo para que decida hacer de él su hogar, así que se hizo un espacio en un rincón y lo declaró como suyo.

A nosotros nos causó mucha gracia el tener una inquilina en casa, no habíamos tenido una antes y era completamente fuera de lo común, tierna y agradable, así que le dimos la bienvenida y la aceptamos como una más de nosotros.

A partir de ese momento, nuestras conversaciones e intereses comenzaron a girar alrededor de élla: que si le habíamos comprado su comida, que si iba tomando más confianza, que si estaba creciendo, que si nos dejaba muchos "regalitos" en el jardín (que no todo puede ser color de rosa jajajajaja). En resumen, se convirtió en la tercera integrante de la familia. Y si bien todos estábamos conscientes de que por razones diversas su estadía no sería demasiado larga, pensábamos disfrutarla el mayor tiempo posible.

Sin embargo una madrugada nos llegó la gran revelación, a las 4 de la mañana y sin previo aviso, empezamos a escuchar un canto, pero no con una suave voz de soprano (que era lo que habría cabido esperar), sino por el contrario, un potente barítono, que sin vergüenza y a todo pulmón, cantaba su kikirikí subido en la verja de mi jardín.

¡Qué gran decepción!, nuestra inquilina, la que nosotros recibimos como polluelo y jurábamos que crecería para convertirse en una gorda y hermosa gallina, terminó resultando ser un prospecto de gallo, que muy consciente de sus obligaciones, no se cansaba de anunciarnos de 4 a 5 de la mañana, que un nuevo día empezaba.

Ahí mismo se terminó el romance. A la segunda madrugada sin poder dormir (cantaba muy cerca de mi ventana) el ultimátum fue inminente: o él o yo, que así no se puede vivir. (y mucho menos dormir), así que a partir de esa mañana empezamos a buscarle un hogar donde pudiese dar rienda suelta a su potente canto sin perturbar nuestro valioso sueño.

Por suerte no tuvimos que buscar mucho, uno de los guardias que trabajan por mi casa tenía la costumbre de criar gallos y gallinas, y muy gustoso decidió librarnos de nuestro antes querido y después repudiado inquilino.

No lo lamentamos mucho, 2 noches desvelados te quitan cualquier buen sentimiento, pero si lo recordamos con cariño, después de todo, no todos pueden decir que tuvieron, alguna vez, a un barítono durmiendo en su jardín.