Como en otras innumerables ocasiones que
van por el linde del tradicionalismo en las que el acto de enamorar tiene como
hito de su esplendor el templo sagrado o Iglesia, aquí en mi historia también
he de darle un lugar preponderante al mismo. Aunque no fue allí donde se unieran
definitivamente los lazos que normalmente se van generando a medida que pasa el tiempo, sí,
por lo menos, fue allí donde comenzó esta historia, una historia de amor con un
final algo… inesperado.
Estaba en esa época de la cercana
niñez (recuerdos que resurgen como si hubieran sido creados ayer) en los que el
estrés y preocupaciones eran producidos sólo por un plato roto, una llegada a
casa tardía, un mandado mal hecho, una inadecuada respuesta ante una orden
emitida y demás asuntos que ante los ojos de un niño suelen ser obstáculos que
lo abarcan todo en su vida inmediata. Acostumbraba entonces a dedicar mi vida
cuando no tenía que ir al colegio a realizar toda clase de actividades que se
me pasaran por la mente: Carreras en bicicletas sin frenos a toda velocidad por
las transitadas calles del pueblo sin prestar atención de los peligros
inminentes, canicas, trompos, el congelado, corralejas, simulación de títeres, lucha
libre, competiciones de todo tip o y muchas cosas más. Todas las ideas de juegos
eran llevadas a la práctica con la ayuda de mis compañeros de cuadra de
entonces, éramos 4 los más grandes y el resto variaba en edad sumando entre
todos aproximadamente unos 14 niños.
Como una de esas plagas que mencionan
en la Biblia nos tomábamos la Iglesia para disgusto del monaguillo del padre
que nunca lograba expulsarnos de la enorme plazoleta que abarcaba todo el
frente de la Iglesia; ya fuera porque nuestras bicicletas accidentalmente atropellaban
a uno que otro fiel, porque nuestros gritos competían con la irrisoria potencia
de la bocina del padre dificultando así la ceremonia, porque nuestras atrevidas
apuestas afectaban el pudor de los viandantes, etc… por muchas razones era por
las cuales dicho ayudante del padre nos odiaba profundamente y también contrariamente
a todos los preceptos y bienaventuranzas que auguraba el repicar de las campanas que él
mismo acostumbraba tocar. Pero no le
culpo.
Todo esto lo menciono para que se
hagan una leve idea de cuán unidos podíamos estar todos los niños participantes
de tales eventos casi que diarios, la costumbre enhebraba cada vez más lazos de
confianza que perdurarían por mucho tiempo. Solíamos ser bastante
abiertos en nuestro grupo, permitíamos que niños de otras calles e incluso
otros barrios se recrearan en el espacio de nuestra Iglesia, por tanto era
normal que algún extraño cualquier día se nos uniera y departiera con nosotros sin diferenciación alguna. Lo que no
fue normal y que nadie pudo dejar pasar de largo fue el día que “La Bebé”, una
preciosa niña, hija menor de los típicos vecinos de calle que se creen
millonarios sin serlo, de padre bulloso, madre farandulera y hermanos creídos,
se acercó a nuestro espacio atraída por la algarabía en medio de su aura de
doncellita superior y se plantó en un punto lo suficientemente alejado como
para evitar el contacto directo a observar lo que hacíamos y dejarse vencer
luego por la risa que se le hacía cada vez más difícil de contener. Al notar su
buena disposición y su semblante afable le hice saber a mis compañeros que me
acercaría para invitarla a unirse a nosotros y que disfrutara sanamente, aunque
cuando me di cuenta ya iba compitiendo con tres de ellos por quién llegara
primero y le diera la bienvenida. Su negativa e inminente marcha nos apagó las
ganas de jugar y nos dejó a algunos con el espíritu inquieto por su efímera presencia.
Ese período fue marcado por las
constantes apariciones de la Bebé en nuestros juegos. Al principio accedió a
acercarse más, luego aceptó ser involucrada en uno que otro pasatiempo y finalmente
terminó siendo de las más constantes en los encuentros, se la veía realmente
feliz, adquirió el mismo brillo de nuestros semblantes, encontró un sitio en el
cual podía sentirse bien y con otros niños agradables. Me sorprendía lo humilde
que era a diferencia de sus hermanos mayores que no perdían ocasión de espetarle
las libertades que se tomaba con nosotros o de su madre que cada vez que la
pretendía encerrar le dedicaba unas cuantas palabras secas mientras jugaba su
propio juego, el de la indiferencia para con nosotros.
Decir que con el tiempo me llegó a
gustar sería mentirles, a pesar de su innegable belleza no generaba en mí más
que bienestar en el acompañamiento y complicidad en el departir; ella comenzó a
sentir quizá más afinidad conmigo que con los demás y nos volvimos desde
entonces amigos asiduos. Cada que la veía acercarse procuraba que todos los del
lugar le tuvieran muy en cuenta y la trataran lo mejor posible, supongo que fue
de las primeras personas que llegué a apreciar verdaderamente. Los demás
notaron tanto mi esmero por hacerla sentir bien como su intención de mantenerse
siempre a mi lado que comenzaron a conjeturar cosas:
-Alex, yo creo que la Bebé está
demasiado enamorada de ti- Me dijo uno de mis compañeros más cercanos. No sé si
notó la palidez que de seguro se apoderó de mi rostro, pero intenté hacer como
si esa aseveración no me hubiera afectado en absoluto y fuera lo menos
importante en mi vida.
-Nah, ¿En serio crees eso?- Sentía
ahora el rubor en mi rostro, esas evidencias corporales son inevitables.
-Sí, estoy completamente seguro,
deberías darte cuenta de cómo se te queda viendo cada vez que haces cualquier cosa, como se
ríe más con tus chistes que con los de cualquiera de nosotros o como se pone de
buen humor cada que están cerca-. Le hice saber que creía que estaba
malinterpretando las cosas, y me fui a integrarme con los demás para evitar
seguir con esa conversación.
Fue imposible no esforzarme desde
entonces, cada que estaba junto a mí, por notar algún atisbo en ella de todo eso que me
había dicho el otro niño. No estaba seguro de ver lo evidente que al parecer él
encontraba en la situación, pero mi seguridad y hasta mi ego comenzaron a
convencerme de que tal vez yo poseía los atributos resaltables como para
conquistar a una chica de ese estilo que hasta entonces me había parecido
inalcanzable. Quizá comencé a realizarle insinuaciones tímidas más por
comprobar mis dotes de pequeño galán que porque estuviera realmente interesado
en ella de esa nueva forma. Mientras mis intenciones de cortejo eran ambiguas debido
a la prudencia sus respuestas inmediatas eran demasiado vagas y daban un sinnúmero
de posibilidades de interpretaciones debido a su naturalidad de ser.
Mi amigo y los demás por boca del
primero supieron del nuevo ambiente que se estaba generando en nuestro grupo y
no me sorprendí por eso el día que los vi venir a todos, se les notaba tal
picardía en el sonreír y tal malicia en la mirada que anticipé mentalmente sus
motivos.
-Tenemos un buen plan contigo, para
que todo sea más fácil- Me dijo uno de ellos sin titubear con plena
determinación y entusiasmo.
-¿Plan para qué?- Les pregunté riendo
y haciéndome el desentendido.
-¡Para que la conquistes! Obvio-
Respondió uno desde atrás.
-Mira, a las niñas como ella les
encantan las cartas con letra bonita y entre todos haríamos una muy buena,
muchas cabezas piensan más que una así que deberías animarte y aprovechar el
momento-. Me soltó de golpe mi amigo.- Te dirá que sí enseguida, yo lo sé, lo
sabemos todos. Además, harían una muy bonita pareja.
La idea la acepté desde el primer
momento en que la propusieron, los nervios fueron mitigados por el apoyo
general y la seguridad reforzada por la creencia común. Fueron más o menos 10
líneas escritas de las cuales dos eran mias y el resto de los demás que se
turnaban para que quedara constancia que habían intervenido en ese suceso sin
precedentes en la historia de nuestro grupo. Sin embargo, estuve pendiente todo
el tiempo que no fueran a escribir cualquier tontera que se les pasara por la
cabeza y mínimo les hice borrar 4 líneas que sabía traerían consigo un rotundo
No como respuesta.
Apenas estuvo lista la misiva firmada
al final por mi con mucho cariño y esperanza la premura de la entrega no se
hizo esperar, sería mi amigo quien la llevaría. Cada quien se fue a su casa y quedamos
en que él cuidadosamente se encargaría de hablar con ella en privado sin que su
familia se enterara y le haría saber mis aspiraciones amorosas para luego
entregarle el papelito doblado. Corrí a mi casa con el corazón palpitándome a
mil, los nervios antes relegados se presentaron sin control alguno y busqué a
quien siempre acudía cuando sentía que una situación excedía mis capacidades de
resistencia, a mi mamá.
La vi tendiendo una ropa en el patio
y me acerqué a ella pero ni siquiera tuve que pensar cómo le daría la noticia
pues ella parecía siempre presentirlo todo:
-¿Qué pasó?- Me preguntó extrañada,
mientras sostenía en su brazo derecho algunas camisetas húmedas.
-Lo que pasa es que… le escribí una
carta de amor a la Bebé y tengo miedo de que no le guste-. Un relámpago de
incomodidad le tensó el rostro a mamá por un instante y reanudando su labor de
tender me miró de soslayo el tiempo suficiente para hacerme notar que había
cometido un enorme error.
-¿Sabes lo que va a decir ahora la
vieja Lucy a todo el mundo donde esa niña te rechace? ¡Quién la aguantará
contándole a todos los de la calle que su hija se dio el lujo de despreciar una
carta que le envió uno de mis hijos! ¿Por qué se te ha ocurrido tal cosa? ¿En
serio te gusta?-. Me preguntó luego de su inicial arranque de molestia.
-Pues… yo creo que no, no. O sea, la
carta no la escribí solo, fueron los otros muchachos también, me convencieron y…
estoy arrepentido ahora, no me siento bien.
-Bueno, “ahora te jodes”-. Me dijo,
completamente serena y en un tono de conmiseración, era su trillada expresión para cuando llegaban las consecuencias de un acto irresponsable o inoportuno.- Quién te manda a estarle
haciendo caso a otros-. Pero como yo no paraba de dar vueltas en el patio
mientras me veía inquieto los pies sucios, ella dejó las cosas que sostenía en
una silla y me hizo sentar en un murito que había entonces al lado de la puerta
que daba a la cocina.
-¿Qué te preocupa? No es seguro que
te diga que no, pero si lo hace eso no tendría por qué afectarte en nada. Si tú
sabes que no escribiste conscientemente esa carta no te preocupes entonces por
el resultado en caso de que sea negativo, tal vez fue un impulso del momento, pero
es todo. Esas cosas pasan y bueno… ya está hecho.
Como siempre que le contaba las cosas
a Mamá sentí que la carga disminuía, sin embargo, me seguí sintiendo extraño
pues sabía que lo que había hecho en principio como una prueba en territorio infantil
tendría resultados que se extenderían incluso al territorio adulto de la
presunción, al afinamiento de líneas invisibles y diferenciales entre una
familia y otra, y lo que no me gustaba para nada es que fuera la mía la que
alimentara un poco más la jactancia de otra.
Quise entonces dejar de lado la duda
mortificante y salí al corredor a atender a mi compañero que había venido ya 5
veces para contarme algo secreto según la versión de mi hermanito. Cada una de
sus palabras pronunciadas sin cuidado alguno me comprimían el pecho poco a
poco. Mi carta, mis letras, no habían llegado a manos de la Bebé, uno de sus
hermanos la interceptó y se la llevó a sus padres los cuales luego de meditar
el asunto un buen rato en presencia de mi compañero enviaron unas dulces
palabras en las cuales me daban las gracias por tan buenas intenciones, que era
muy considerado pero que ella estaba muy chiquita para tener novio. Con mi
orgullo herido despedí a mi compañero escuetamente y no salí de mi casa por una
semana temiendo encontrarme a alguno de los otros niños con una risa burlona en
el rostro apenas me vieran.
Dejé de asistir a las salidas
grupales como era habitual, según rumores la Bebé también se ausentó
repentinamente de las mismas. Mis compañeros fueron encontrándose ya esporádicamente
tal vez porque la unión general fue fragmentada por el desprendimiento de uno
de sus integrantes y no precisamente porque fuera yo, sé que si hubiera sido
cualquier otro habría sucedido lo mismo. Cada vez fui reduciendo más y más mi
vida al campo estudiantil y finalmente un día por rumores usuales me enteré de
que 8 meses luego de mi inolvidable rechazo la Bebé había conseguido novio.
Desde entonces ya no me lanzo a ciegas y con tanta seguridad al momento de
pretender a alguien.
Primera foto: dos hermanos, la niña pequeña es prima y la grande hermana mayor. Segunda foto: De Google Imágenes.
Ay, el primer amor! Bueno, casi-amor en este caso. Qué simpático! A esa edad se hacen las cosas más por la insistencia de los amiguitos que con la propia cabeza. Por suerte se va saliendo de ahí, a veces! :)
ResponderEliminarLas historias con tu mamá me gustan mucho. Se ve que es una mujer con su cabeza bien puesta sobre los hombros.
Tienes razón Elena, a esa edad uno se deja llevar mucho por las intenciones de otros... menos mal las cosas van cambiando. ;) Y así es, mi Mamá es bien centrada según la conozco.
EliminarEn realidad no fuiste rechazado por la Bebé ya que la carta no llegó a sus manos, quizás la historia hubiese sido diferente, pero lo importante es que te sirvió de experiencia para tu vida amorosa futura.
ResponderEliminarEs cierto Angélica María, directamente no fui rechazado por ella, pero mi compañero de ese entonces me dijo que ella estuvo ahí mientras leían la carta y todo... me avergonzaba luego encontrármela por ahi jaja... Y sí, la experiencia quedó. :)
EliminarNo veo que hubo un rechazo, la respuesta del Padre dejaba un camino abierto, la niña no tenía edad en ese momento, si hubieras esperado siquiera ocho meses, como te dice Angélica la historia hubiera sido diferente, quizás hubiera terminado en boda.
ResponderEliminarMe gustan mucho tus historias, encuentro en ellas un aire conocido, las historias en los Pueblos son distintas a las de la ciudad, un Citadino no hubiera necesitado ayuda para declarar su amor, ni una carta bonita, hoy mismo la bisnieta mia de cuatro añitos, se acercó a un amiguito y sin pensarlo le dió un beso, quedamos todos con la boca abierta.
Jajajaja Ylbita, me gusta cómo le encuentras la solución a las cosas siempre... si, tal vez debí esperar esos ocho meses. Que risa eso que cuentas de tu bisnieta pero así es... hoy día las cosas pasan muy rápido.
EliminarAlex, lo triste de la historia, es perder amigos por un acción así, creo que la Bebe y tú hubieran llegado a ser grandes amigos, pero cuando se mezclan las cosas del corazón, todo se echa a perder :(
ResponderEliminarTal vez la Bebé te hubiera aceptado, porque ella mostraba interés en ti, no dices cuántos años tenían, pero si 8 meses después ella encontró novio, quiere decir que ya eran adolescentes.
Me gusta esa relación con tu mamá, ha sido tu mejor amiga.
Tienes razón Miriam, se perdieron amistades y quizá muchos más buenos momentos por un suceso incómodo... pero bueno, esa es la vida, uno a veces no maneja las emociones propias.
EliminarAsí es, me la llevo muy bien con mi Mamá. :)
Olvidé comentar ¡qué hermosa foto! Se nota que todos ustedes vienen del mismo molde :D
ResponderEliminarUna historia muy tierna sobre cosas de la infancia que en el momento parecen ser gigantescas.
ResponderEliminarSaludos
Sí, se ven enormes en esas épocas. ;)
Eliminaray cuando los amigos intervienen y uno les hace caso en contra de los instintos del corazón, mal asunto. Me encantó la actitud de tu mami
ResponderEliminarEs una lección que ya tengo aprendida Hilda. :)
EliminarAlexei, tu madre es lo máximo!
ResponderEliminarTu historia está llena de una dulzura que sólo vos podés poner en las letras. Admiro mucho tu forma de escribir, ya te lo he dicho muchas veces. Tu historia es preciosa. Tiene nostalgia, ternura, melancolía y sinceridad.
Ceci... Me alegra que te haya agradado la narración. :D Abrazos!
ResponderEliminarAlex al final fue una suerte que sus papás leyeran la carta y que no llegara directamente a tu amiguita. Si tú no estabas seguro de que te gustaba y ella se ilusionaba hubiera sido muy duro después cuando se diera cuenta de que sus sentimientos no eran compartidos.
ResponderEliminarPor otro lado, me pareció muy cortés y delicado el gesto de sus papás de dar respuesta a tu carta aun con un no, tal vez ellos no eran tan antipáticos como parecían.
Y ya me imagino la reacción de tu mamá, creo que es la misma que habría tenido yo si una de mis hijas hubiera "metido la pata" jajajaja.