viernes, 7 de noviembre de 2014

El caballero de la historia


En una escuela de Coímbra, Portugal, había, en los primeros años del siglo XX, un profesor de historia. Dicen que amaba las aulas y el compartir con sus alumnos.  Era estimado por sus colegas, elogiado por sus superiores y amado por sus estudiantes.

También dicen que era un señor de unos modales tan finos y exquisitos como se ven rara vez.  Elegante desde la mañana a la noche.  Parece, incluso, que había escrito un par de publicaciones.

La vida era tranquila.  De la casa a la escuela y de la escuela a la casa, con la satisfacción de que le pagaran por hacer lo que amaba.

Pero estalló la guerra. y toda Europa se vio empobrecida y detenida en el tiempo. Bloqueos, falta de alimentos, problemas económicos.  La escuela cierra.  José Barbosa Torres tiene una esposa casi adolescente y un niño muy pequeño a quienes mantener.  Pero es imposible, en Coimbra no hay empleo. Decide ir en busca de sustento a otro lugar.  Se separa momentáneamente, o al menos eso creyó, de su familia y cruza a España, que está aun peor que Portugal.  Finalmente después de muchos meses de ir de una ciudad a otra consigue trabajo en una enlatadora de pescado en Toulon, Francia.

El antes caballero de la regia figura, ahora irreconocible por las penurias vividas, al principio logra enviar por distintas vias algo de dinero a su familia, hasta que un día el envío le llega de regreso.  Les perdió el rastro. La guerra casi terminada, sólo en el mundo, sin forma de hallar a sus parientes desperdigados por el conflicto, cuando dos compañeros de la enlatadora le proponen la gran aventura de sus vidas.  LLegar a Génova y tomar un barco a América, tierra de promisión.  Perdido por perdido, aceptó.

José Barbosa Torres conoció en el barco a Marcia Jesús, una gallega bruta, bruta pero buena como el pan y alegre como un cascabel.  Y así llegaron al puerto de Buenos Aires.  Ella, analfabeta y el  más analfabeto que ella, porque no hablaba español.  Ni lograría hablarlo bien nunca.  Así que las aulas le estuvieron vedadas y el señor catedrático de historia se transformó en hojalatero, gracias a lo que había aprendido enlatando pescado.  Se instalaron en el Gran Buenos Aires, ese enorme conurbano que rodea a nuestra Capital Federal, y él, que tenía una inteligencia increible y una gran creatividad, inventó un sistema de portavelas con un resorte en su interior que hacía que las velas pudieran aprovecharse en su totalidad y se las ofreció a una iglesia cercana.  En pocos años proveía a toda la obra de Don Bosco en Buenos Aires.  Santerías, Colegios e Iglesias salesianas sólo usaban los portavelas de José.  En persona visitaba a sus clientes (siempre vestido de impecable traje y sombrero) y en su portuñol muy pobre, se hacía entender.

Con este oficio construyó su casa y se esmeró en darle a sus hijos la educación privilegiada que él había tenido.  Su hijo no fue profesor de historia, como a él le hubiera gustado.  Fue ingeniero en química.  Pero la hija de su hijo sí heredó su amor por la historia y hasta llegó a cursarla en alguna época.  Lástima que José no la conoció.  Murió un año antes de que su nieta naciera.  Una lástima!  Hubiéramos tenido mucho de qué hablar, abuelo!

7 comentarios:

  1. hay bella, que linda historia nos has regalado, y nunca se reencontró con la esposa de portugal? eso me dio mucha tristeza, las guerras son el cáncer de la humanidad

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    1. Nunca, Vilma. Estoy de acurdo con vos. Nada nos hace más daño que las guerras, sobre todo porque los que más sufren son los más indefensos y que nada tienen que ver con los motivos de la pelea....de hecho ninguno de mis abuelos pudo volver a Europa nuevamente.

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  2. Ceci que historia tan bien creada, te aseguro que yo pensé que era un cuento al principio, pero es la historia de tu abuelo, hermoso lo que describes.
    Saludos

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  3. Qué bien contada esta historia, querida Ceci! La he disfrutado de principio a fin. Para cuándo tu libro de historias familiares?

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    1. Mi familia teme que lo escriba en cualquier momento jajajajja

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  4. Ceci ¡Qué hermosa manera de contar la historia de tu abuelo! y coincido con Vilma, qué tristeza que no volviera a saber de su primera esposa y de su hijo, espero que hayan sobrevivido a la guerra.

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